miércoles, 6 de noviembre de 2013

Cómo Víctor, mis manos son lo único que tengo. Pero a diferencia de él sólo a veces son mi amor y nunca mi sustento.
Tenerlo todo, ser todo lo necesario para habitar el mundo y simplemente no poder usarlo. Cómo se soluciona eso. No hay método que me parezca ya real ni aplicable. Pensar el escape fácil por los terrenos oscuros se volvió más serio y recurrente.
 Y ¿cómo dar paso a otra vida si la propia se escapa?
Es la lucha del interior denso de siempre. Esas dos personas, más bien, esas dos conciencias que conviven. La que opaca, destruye, envenena mortalmente, pelea, araña e impulsa a más de lo mismo y la que oculta, calladita, se asoma tan de vez en cuando para intentar ser mejor y prometerse mil y una veces que el cambio ya empieza.
Cuesta no tener nada porque te quita el derecho a ser algo: a opinar, a preocuparse a pedir.
Y aunque se quiera, se desee tener ese algo que aportar, material o inmaterial, simple y llanamente NO SE PUEDE.
 Súmele ahora el tener que explicarle eso al mundo.
 Esta es mi lucha. Más bien mi batalla perdida a estas alturas.
¿Cuánto le falta a mi alma para rendirse? ¿Es mi misión aguantar? ¿Para qué?
El consuelo (en cuanto impedimento de bajar la guardia) es esa pequeña vida. Pero también egoístamente: no quiero que me odie por abandonarla. Eso es todo. Porque no creo que yo le sea imprescindible.

martes, 22 de octubre de 2013

Agonía

Sentía helados los pies.
Por alguna razón muchas veces dejo pasar el frío: en los pies, en la espalda, en las entrañas. Hoy, como siempre, esperé y esperé. Pero volví a la tierra un segundo y me decidí a ponerme calcetines. Me quité los zapatos y obvservé mis azulados deditos. Azulados y desordenados, como muertos.
Ese tono azulado de la muerte, tan cercana en mi vida.

Cuando la  muerte asecha, el alma se razga. Un poco, mucho...hace falta saber de qué alma se habla. Pero los razguños persistentes de la mano extendida del dolor van hundiéndose poco a poco en la carne. Te van quitando lo humano. Mientras más días pasan con la muerte rondando, sientes menos pena pero más angustia y no sabes si es la expresión de la crudeza del amor o el instinto primitivo de la vida por la vida, de abandonar aquéllo que ya no existe, que no es más que células, átomos...

 Pero la muerte sólo está rondando. No ha tomado una vida, aunque tú a esas alturas ya lo desees tanto. Entonces vienen  las dudas, la ira, las lágrimas. ¿Dónde estás, ser querido? ¿ya te fuiste o te quedas? Tú no puedes decidirlo, que Dios nos muestre certezas.
Que Dios nos muestre certezas. Que Dios, porfavor, nos muestre certezas pronto. Esa frase mil veces, esa imploración ahogada, porque nadie se atreve a pedir que Dios se lo lleve pronto.

 Yo fui afortunada. Las certezas llegaron pronto, no sin antes habérsenos presentado panoramas horrendos, oscuros. Ya estábamos pensando la vida en la sala de espera, con la sombra de la incerteza cubriéndonos por meses, por años. Con el ser querido transformándose poco a poco en físicamente nada, matándonos a nosotros también un poco. Sólo esperando a que la amiga muerte nos abrazara y todo acabara y acomodando la vida al tiempo sin tiempos, sin rutinas, sin imprevistos.

 La muerte nos abrazó y la aceptamos. Cientos de nosotros la recibimos, le hicimos un altar, la celebramos por dos días. Entre cantos y lágrimas la justificamos frente a sus contendores. Pero para ser veraces, fuimos más quienes la abrazamos de vuelta.

  La noche posterior fue un lago de lágrimas. Abrazos, palabras no dichas y otras tantas que aún no quieren decirse. Los razguños de la muerte se transformaron en fisuras irreparables. El ser querido partió, la muerte nos dijo hasta más tarde, pero la noche posterior aún no se va.


jueves, 22 de agosto de 2013

Soy, otra vez, Pai de media tarde.
Acabo de decidir serlo para siempre, porque perdí 10 años de mi vida convenciéndome de que no era bueno.
Pero ahora lo soy con convicción, con la certeza de hacer de mi desición la más correcta y validarla ante todos. Porque sé lo que soy y lo que valgo y eso es todo lo que se necesita. Es cierto, la vida puede darme sorpresas, pero hay que tomar ciertas precauciones. Yo desde ahora no tengo nada más que a mi familia y esa es la riqueza más profunda y eterna. Porque además no es cualquier familia: es el testimonio vivo del amor aún con todas sus imperfecciones.
Y yo seré feliz.
Porque le pregunté a Dios que debía hacer y el me dijo que yo estaba en esta vida para ser feliz y para hacer feliz a los otros.

Va a ser complejo, pero encontraré el camino. Ahora hay que empezar a explorar.
Tengo tanta libertad y aún no sé que hacer con ella.



miércoles, 10 de abril de 2013

El horror del desnaturalizamiento de las madres.


Este año volví a estudiar. La situación ha cambiado: casada, dueña de casa, madre.
El primer tiempo de clases me ha llevado a realizar varias reflexiones.
La primera que quiero compartir ha sido una de las más dolorosas...o al menos una de las que han causado en mí más conmoción.

 Resulta que cada vez que alguno de mis antiguos profesores (o cualquier persona adulta que no me ha visto desde hace tiempo) me ve y se acerca a saludarme -luego de mostrar alegría por mi regreso y blah blah blah- me pregunta qué pasará con mi hija las horas en que no estoy con ella.
 Mi respuesta en siempre una pequeña mueca de dolor en el rostro y la frase" está con mi madre, menos mal, pero igual me cuesta muchísimo dejarla". Es cierto.
La siguiente pregunta que me hacen es "¿qué edad tiene?. Y yo respondo "un año".

La consiguiente respuesta me descoloca..."ahhh, está grande ya"

¡Qué horror! ¿Cómo la gente puede considerar que un bebé al año de edad está grande para que su madre lo deje? Entiendo que en muchos casos, como en el mío, es necesario dejarlos por motivos que superan nuestro control total, pero de ahí a que "ya sea hora" de dejarlos hay un siglo.
Mi bebé tiene un año. Es la etapa en que está más receptiva al mundo. La etapa en que aprenderá a expresarse, la etapa en que aprenderá a interactuar, la etapa en que entenderá, a su modo, que la amo.

 ¿Cómo es que ha cambiado tanto el corazón de las mujeres y de la sociedad en general? Si yo puediera, no dejaría a mi hija jamás, pero para la mayoría de las madres, y según la visión de otros tantos, parece ser prioridad el desarrollo personal individual tanto de la madre como del hijo antes que ir a favor de la propia ley natural de la madre al cuidado de su cachorro.
Mal.
Triste panorama para el mundo.
Ya veo por qué el clima se ha puesto más frío año a año.