viernes, 18 de septiembre de 2020







Tengo conflictos con el término patria. Sobre todo con esta patria.


Las "fiestas patrias" me parecen como concepto una idea rebuscada y absurda para conmemorar algo que no somos, una unión que no tenemos, para ensalzar un nacionalismo que se basa en cosas tan abstractas y vacías como el amor a unos colores, a una bandera, a un himno, a un baile, a un traje, que no son más que inventos. Repetir unos pasos de una baile, disfrazarse con unas ropas caricaturescas. Porque sí, es un disfraz, nadie en la vida real usa ropa de china o de huaso para sus quehaceres cotidianos. Menos de huasa pituca ¿Qué es eso? ¿Existe en otro país del mundo un traje típico distinto para cada clase social? 

(Distinto es hablar de unos pastores aimaras, unas machis mapuche, cuyas vestimentas tienen un sentido y un uso real. Ahí hablemos de trajes.)


 Ese Chile no es un país verdadero. Un país no lo hacen un conjunto de símbolos decorativos, lo hace un pueblo que camina bajo un gobierno legítimo que busca su bien, y eso en este país, no es así.

 La patria, el "padre" que supuestamente provee y cobija, es escasamente padre o lo es para muy pocos. Es injusto en tantas maneras y es desdeñoso, descariñado e incluso violento con sus hijas e hijos, llegando incluso a dispararles a muerte por expresarse.

Por eso prefiero ser huérfana de ese padre e hija de una madre soltera que es la Tierra donde nací y de una tribu que es la familia. La gente verdadera, que no tiene obreros a su servicio, que se sirve a sí misma, se cocina y se lava la loza y trapea su piso después de la comilona.


 Nos vendieron en el colegio que a la patria hay que quererla y que esta patria es una copia feliz del Edén. Que triste si el Edén es así. Un Edén carcomido por la industria y la ambición, que secó sus lagos y cortó sus bosques y acabó con la diversidad de sus especies y luego culpó a su pueblo, lo trató de ignorante y sucio, cuando ese pueblo no tuvo más remedio que sobrevivir a ciegas y con un cerebro lavado y orientado al exitismo materialista luego de no obtener más que migajas de ese padre egoísta que debió educarlo con amor.


 Nos vendieron que a la nación hay que honrarla, pero la nación no es más que un convencionalismo territorial. La Tierra no tiene límites reales, no hay muros entres sus bosques, no hay quebradas que separen países. El mundo es un sólo gran país extenso, pero no podemos entender lo que dicen los coterráneos lejanos porque insistimos en poner límites y restricciones para no asumir que somos una sola raza, una sola humanidad. Insistimos en controlar el tránsito y nos cortamos las alas, no podemos ser plenos, no podemos saber qué posibilidades nos ofrece el mundo para ser todo el aporte que podemos ser para nuestros hermanos y hermanas, desarrollar nuestros potenciales para aportar y crecer en bloque.

 

 Sin embargo, esta fecha me hace entrar en contradicciones, porque quiero celebrar igual, celebrar que somos pueblo "a pesar" de la patria. Celebrar y honrar a ese puñado de gente entre el que me tocó nacer, con cuyos valores fui formada, entre cuyos agasajos celebré mis triunfos y crecimientos. Por ellos es que tengo conciencia de que esta no es una patria. A ellos y a la Tierra les debo realmente honores. Por ellos las fiestas tienen sentido. Por ellos la alegría y el desorden, las comilonas y sobremesas conversadas. Una vez al año el lote, cada vez más chico pero con retoños nuevos. Cada mesa con sus ritmos, propios de una familia y sus gustos, no de una nación. 

 

Por eso este año la fiesta casi carece completamente de sentido, porque eso que yo celebraba hoy no puede ser por motivos de salud pública. No es injusto, es lo que pasa por vivir en una Tierra única e inmensa. Son los procesos naturales a los que no estamos acostumbrados porque el avance tecnológico nos ha hecho perder el instinto. Es duro, sí, nadie lo desea, pero es la vida manifestándose y siendo vida. 


 Hoy extraño con dolor a mi gente, a Coveña 316, el mesón guateado con la familia apretujada, comiendo empanadas fritas hombro con hombro. Extraño las cometas de plástico, los pajaritos manoseados que no alcanzan ni a salir del horno, la ensalada de apio en sopita de limón y la cazuela de ave. Las copitas de vino, los chistes fomes de mi viejo, los anticuchos de Parinacota, a mis tías y tíos, a mis primos y primas a mi familia política y luego a los amigos, el bailoteo y copeteo nocturno. Las choripanadas con papas fritas de bolsa y las anécdotas del año pasado, de la década pasada, de la vida en común, esa es mi Matria.

lunes, 6 de julio de 2020

Siempre latentes las ganas de escribir y nunca sé sobre qué, aunque tengo cerros de ideas en la cabeza. Al tratar de visualizarlas solo imagino un montón de hojas otoñales amontonadas, crujientes y en esos tonos cálidos múltiples. Siento que todo ya está escrito, que las ideas se amontonan y no hay nada que no haya sido leído. Así que le escribiré al sujeto que no ha sido. El que habita este mundo en otras perspectivas, el que no sabe que el 2020 vivimos una pandemia y estamos en cuarentena hace cuatro meses. El año que parece apocalíptico. Quizás efectivamente nos acabemos. Teníamos una idea de día final muy distinta. Todo iba a pasar rápido, una infierno quemante y angustioso pero veloz. Puede ser que ese nunca fue el plan. Tal vez la idea era una muerte lenta, una agonía a pasos de caracol. Nos estamos apagando de a poco y no nos estamos dando cuenta. O no?
  La verdad no me preocupa. De un tiempo a esta parte he perdido muchos miedos. Podrían tener efecto en ello las pequeñas dosis de antidepresivos que consumo a diario. O quizás finalmente maduré. Quién sabe? Yo no, no sé nada. Tantas veces no sé ni quien soy.
 Así que aquí estoy, retomándome, sujeto-no-sido, intentando desarrollar uno de los talentos que creo que tengo y que nunca he cultivado, menos usufructuado. Bueno, al menos que cuente la vez que escribí un microcuento y gané frente al único contrincante. 
 El punto es que no puedo seguir tendida en los laureles. Hay materia en este cerebro y hay ganas. Pero siempre falta el impulso y me he propuesto vencerme. Entonces estoy escribiendo sobre mis ganas de escribir, a ver si así, poco a poco, me encamino hacia un viaje astral y termine escribiendo sobre metaverdades y trascendencia. 
Esta historia continuará...

sábado, 29 de junio de 2019


 A estos árboles les falta tu agua, tu riego, tu sol. El sol de ese pelo, amarillo y encandilante. Tus piernas firmes y la postura de un hombre galán. 
 Tienes el andar de un instante y pasas demasiado rápido, pero las impresiones que dejas son perennes y en esas impresiones nado, me sumerjo, me agito. Platónica, cuántas veces me has dejado prendada de una ilusión. Anhelo escuchar más, oler más. Quizás, incluso, acariciar un poco. Reír con tus historias, ahondar en tu memoria, ahogarme en tus dilemas. 
Cada rincón de esta casa que es mi cuerpo necesita que lo habites con tu sonrisa tosca y escasa y tu intelecto de serpiente y tu ansiedad tremenda por no ser en este mundo.
Te veo como a una película, como una realidad tangible por un rato y luego tan solo como el recuerdo de la perfecta obra de arte. 
Tus palabras me suenan ajenas, a veces dices poco, otras simplemente nada. 

viernes, 14 de junio de 2019

Camilo, Camilún, Calulín, Calulais, Calu, Calún, Chanchu.

 Estar casada con un tipo como Camilo es, francamente, un poco abrumador. Hoy cumple años y es el día que se presta para que la gente diga lo que siente respecto de él. En ese contexto, se me acercaron algunas personas para enviar sus saludos. Escuché repetirse la frase "es un gran ser humano". ¿Qué se hace frente a esa frase? ¿Agradecer? ¿Apelar a  la falsa modestia? ¿Hablar de los defectos que a mi me son latentes en la vida íntima? Créanme, es difícil, pero la verdad es que es cierto, en resumen, es un gran tipo.
  Camilo entró en mi vida en un momento en que yo era crisis sobre crisis. El mismo hecho de empezar a relacionarnos mientras él se preparaba para ser cura fue dramático. Sin embargo, fue a través de esos puntos de quiebre como se me fue revelando la interioridad de quien en cierto momento me rescató. Podría escribir tantas cosas sobre él pero para qué enumerar aquello que por sí sólo se pone en evidencia. 
 Hoy me contó algo que caló profundamente en su emocionalidad. Entre los saludos que recibió, una de sus estudiantes dijo que estaba agradecida porque veía que en él efectivamente habitaban las virtudes que el colegio decía querer formar en sus alumnos y que le hace honor al lema de la insignia: "trabajar con alegría", pues jamás lo veía triste o enojado haciendo su pega. No sé si se puede agregar algo más a eso. La mejor forma de enseñar es con el ejemplo, dicen.
 Camilo es un tipo increíblemente sencillo en su forma de existir y me parece que es ahí donde radica su riqueza personal. Yo, por otro lado, vivo en una cueva de complejidades innecesarias. Pero ambos hemos crecido juntos, no me quito mérito en ello. En estos años de convivencia él ha sido capaz de escuchar tanto y de decir las frases precisas, necesarias y a veces dolorosas. Ha dilucidado con paciencia y aceptación tantas crudas verdades y más trascendentalmente, verdades que ni yo sabía sobre mí misma (y me sigue amando generosamente). De mí a cambio ha recibido el desequilibrio y el golpe de realidad necesarios para conocer sus límites y sus desbordes. Lo demás debe decirlo él. 

miércoles, 12 de junio de 2019

Libritos y librotes, personitas y personajes.




Hay en los libros una vía y en quienes somos aficionados a la lectura un caminante con ciertas características reconocibles. Primero se necesita una mente receptiva y expectante y, por supuesto,  un cierto nivel cultural, sin embargo, son los mismos libros los que te hacen alcanzar  ese mínimo nivel cultural, como un círculo.


 Siempre fui buena lectora. Siempre fui, en realidad, ñoña. He usado un porcentaje alto del tiempo del que dispongo en esta vida para recorrer páginas y páginas y páginas y siento que realmente no he leído nada. Tiene que ver con ello mi terrible déficit atencional y esa peculiaridad de mi memoria de recordar con claridad las sensaciones que me provoca una experiencia pero muy poco de la experiencia en sí misma. Ello quiere decir que, básicamente, no recuerdo las tramas de los libros que leo. Me sucede igual con las películas. 

 Me está pasando que hace mucho tiempo no logro satisfacer mis deseos lectores. Sinceramente no soy muy ambiciosa cuando decido abordar un libro: quiero lectura sencilla y entretenida y si me aporta para aprender de alguna materia, vamos. Casi la totalidad de lo que leo es narrativa.  

 Debo hacer una confesión: estoy cayendo trágicamente en la moda. Varios de los últimos volúmenes que he leído ha sido porque es "lo que se está leyendo" y ello me ha traído terribles desilusiones. En realidad estoy exagerando, no han sido tan terribles, aunque sí decepciones. Más que por las historias es por la calidad literaria y narrativa. Una cantidad inquietante de grandes historias pésimamente escritas han pasado delante de mis ojos y me han revelado una latente verdad: el nivel intelectual del promedio de lectores no es muy exigente. Terror considerando que en general son personas que tienen ese "cierto nivel cultural" del que antes hablé. A pesar de que he dicho que me gusta la narrativa sencilla, me desagrada la ligereza con la que han sido escritos algunos de los best sellers contemporáneos y me hace dar vueltas a una cuestión que me asusta: ¿será esa liviandad reflejo del nivel de quien escribe o simplemente una forma de vender más llegando a un público menos exigente y, por lo tanto, más masivo?¿Por qué sacrifican los autores la gracia poética y estilística? Quizás efectivamente no sea un sacrificio sino una simple manifestación de que los escritores no deben ser considerados eminencias intelectuales como alguna vez lo fueron. (Ok, fui largamente una ingenua).


 En fin, lo más trágico del asunto es cuánto me revela de una persona el saber si es o no buen lector y qué es lo que lee. En cuanto recibo esa información sobre alguien mi mente genera juicios que se transforman en "saquitos" que acompañan una imagen y que serán difíciles de quitar o llenar a menos que se de la instancia de nuevas conversaciones reveladoras sobre esos seres. No hace falta que esas conversaciones sean tan profundas, a veces una simple frase acertada o no (para mí) puede revelar tanto de ese otro que deje una impresión duradera. Durante los últimos cuatro años he conocido a muchas nuevas personas pero he ido cerrando el círculo y mucho de ello tiene que ver con mis juicios acerca de sus intereses lectores (si es que los hay). Así de drástico. A estas alturas de mi vida mis criterios ya son manías. Me da igual si es o no correcto.




miércoles, 6 de noviembre de 2013

Cómo Víctor, mis manos son lo único que tengo. Pero a diferencia de él sólo a veces son mi amor y nunca mi sustento.
Tenerlo todo, ser todo lo necesario para habitar el mundo y simplemente no poder usarlo. Cómo se soluciona eso. No hay método que me parezca ya real ni aplicable. Pensar el escape fácil por los terrenos oscuros se volvió más serio y recurrente.
 Y ¿cómo dar paso a otra vida si la propia se escapa?
Es la lucha del interior denso de siempre. Esas dos personas, más bien, esas dos conciencias que conviven. La que opaca, destruye, envenena mortalmente, pelea, araña e impulsa a más de lo mismo y la que oculta, calladita, se asoma tan de vez en cuando para intentar ser mejor y prometerse mil y una veces que el cambio ya empieza.
Cuesta no tener nada porque te quita el derecho a ser algo: a opinar, a preocuparse a pedir.
Y aunque se quiera, se desee tener ese algo que aportar, material o inmaterial, simple y llanamente NO SE PUEDE.
 Súmele ahora el tener que explicarle eso al mundo.
 Esta es mi lucha. Más bien mi batalla perdida a estas alturas.
¿Cuánto le falta a mi alma para rendirse? ¿Es mi misión aguantar? ¿Para qué?
El consuelo (en cuanto impedimento de bajar la guardia) es esa pequeña vida. Pero también egoístamente: no quiero que me odie por abandonarla. Eso es todo. Porque no creo que yo le sea imprescindible.

martes, 22 de octubre de 2013

Agonía

Sentía helados los pies.
Por alguna razón muchas veces dejo pasar el frío: en los pies, en la espalda, en las entrañas. Hoy, como siempre, esperé y esperé. Pero volví a la tierra un segundo y me decidí a ponerme calcetines. Me quité los zapatos y obvservé mis azulados deditos. Azulados y desordenados, como muertos.
Ese tono azulado de la muerte, tan cercana en mi vida.

Cuando la  muerte asecha, el alma se razga. Un poco, mucho...hace falta saber de qué alma se habla. Pero los razguños persistentes de la mano extendida del dolor van hundiéndose poco a poco en la carne. Te van quitando lo humano. Mientras más días pasan con la muerte rondando, sientes menos pena pero más angustia y no sabes si es la expresión de la crudeza del amor o el instinto primitivo de la vida por la vida, de abandonar aquéllo que ya no existe, que no es más que células, átomos...

 Pero la muerte sólo está rondando. No ha tomado una vida, aunque tú a esas alturas ya lo desees tanto. Entonces vienen  las dudas, la ira, las lágrimas. ¿Dónde estás, ser querido? ¿ya te fuiste o te quedas? Tú no puedes decidirlo, que Dios nos muestre certezas.
Que Dios nos muestre certezas. Que Dios, porfavor, nos muestre certezas pronto. Esa frase mil veces, esa imploración ahogada, porque nadie se atreve a pedir que Dios se lo lleve pronto.

 Yo fui afortunada. Las certezas llegaron pronto, no sin antes habérsenos presentado panoramas horrendos, oscuros. Ya estábamos pensando la vida en la sala de espera, con la sombra de la incerteza cubriéndonos por meses, por años. Con el ser querido transformándose poco a poco en físicamente nada, matándonos a nosotros también un poco. Sólo esperando a que la amiga muerte nos abrazara y todo acabara y acomodando la vida al tiempo sin tiempos, sin rutinas, sin imprevistos.

 La muerte nos abrazó y la aceptamos. Cientos de nosotros la recibimos, le hicimos un altar, la celebramos por dos días. Entre cantos y lágrimas la justificamos frente a sus contendores. Pero para ser veraces, fuimos más quienes la abrazamos de vuelta.

  La noche posterior fue un lago de lágrimas. Abrazos, palabras no dichas y otras tantas que aún no quieren decirse. Los razguños de la muerte se transformaron en fisuras irreparables. El ser querido partió, la muerte nos dijo hasta más tarde, pero la noche posterior aún no se va.