martes, 22 de octubre de 2013

Agonía

Sentía helados los pies.
Por alguna razón muchas veces dejo pasar el frío: en los pies, en la espalda, en las entrañas. Hoy, como siempre, esperé y esperé. Pero volví a la tierra un segundo y me decidí a ponerme calcetines. Me quité los zapatos y obvservé mis azulados deditos. Azulados y desordenados, como muertos.
Ese tono azulado de la muerte, tan cercana en mi vida.

Cuando la  muerte asecha, el alma se razga. Un poco, mucho...hace falta saber de qué alma se habla. Pero los razguños persistentes de la mano extendida del dolor van hundiéndose poco a poco en la carne. Te van quitando lo humano. Mientras más días pasan con la muerte rondando, sientes menos pena pero más angustia y no sabes si es la expresión de la crudeza del amor o el instinto primitivo de la vida por la vida, de abandonar aquéllo que ya no existe, que no es más que células, átomos...

 Pero la muerte sólo está rondando. No ha tomado una vida, aunque tú a esas alturas ya lo desees tanto. Entonces vienen  las dudas, la ira, las lágrimas. ¿Dónde estás, ser querido? ¿ya te fuiste o te quedas? Tú no puedes decidirlo, que Dios nos muestre certezas.
Que Dios nos muestre certezas. Que Dios, porfavor, nos muestre certezas pronto. Esa frase mil veces, esa imploración ahogada, porque nadie se atreve a pedir que Dios se lo lleve pronto.

 Yo fui afortunada. Las certezas llegaron pronto, no sin antes habérsenos presentado panoramas horrendos, oscuros. Ya estábamos pensando la vida en la sala de espera, con la sombra de la incerteza cubriéndonos por meses, por años. Con el ser querido transformándose poco a poco en físicamente nada, matándonos a nosotros también un poco. Sólo esperando a que la amiga muerte nos abrazara y todo acabara y acomodando la vida al tiempo sin tiempos, sin rutinas, sin imprevistos.

 La muerte nos abrazó y la aceptamos. Cientos de nosotros la recibimos, le hicimos un altar, la celebramos por dos días. Entre cantos y lágrimas la justificamos frente a sus contendores. Pero para ser veraces, fuimos más quienes la abrazamos de vuelta.

  La noche posterior fue un lago de lágrimas. Abrazos, palabras no dichas y otras tantas que aún no quieren decirse. Los razguños de la muerte se transformaron en fisuras irreparables. El ser querido partió, la muerte nos dijo hasta más tarde, pero la noche posterior aún no se va.


No hay comentarios:

Publicar un comentario